E
l
D
ocu
m
ento de trabajo para la
E
tapa
C
ontinental del
S
ínodo de la sinodalidad registra las
aportaciones que a nivel
m
undial se hicieron en la etapas previas del proceso sinodal
. A
aparecen todos los asuntos que
,
sobre el funciona
m
iento de la
I
glesia
,
preocupan al personal
que participó en el debate sinodal
. A
suntos co
m
o la situacn de la
m
ujer en la
I
glesia
,
el celibato
sacerdotal
,
la proble
m
ática
LGTB,
la de los divorciados vueltos a emparejar… Pero como
proble
m
a de fondo destaca el asunto del clericalis
m
o
. D
e hecho, el objetivo declarado del
S
ínodo es
escuchar a todo el
P
ueblo de
D
ios
,
es decir
,
dar la palabra a una parte de la
I
glesia
,
el laicado
,
condenado a silencio durante
m
ucho tie
m
po
. A
lgunos de los asuntos que despertaron
el interés de los participantes en el debate, principalmente el de la situación de la mujer
en la Iglesia, están relacionados con la realidad del clericalismo en la institución.
V
a
m
os a tratar esta cuestión
,
y debe
m
os e
m
pezar aclararando que la división de la feligresía
eclesial en dos distintos esta
m
entos o estados
:
clericado y laicado
,
no tiene una base evan
-
gélica
,
no se sustenta en una deter
m
inada enseñanza o disposición del
M
aestro
J
esús de
N
azaret
.
E
l clero eclesial se instituyó a sí
m
is
m
o
. E
l
C
ódigo de
D
erecho
C
anónico, que describe los
roles
,
funciones y atribuciones del clericado y laicado
,
es una elaboración del propio clericado
.
D
icho Código atribuye a la jerarquía eclesial un poder absoluto sobre el laicado, pero a
su vez ese código ya es, por sí mismo, un ejercicio de ese poder absoluto que la jerarquía
se atribuye a misma. El ejercicio de ese poder, sus frutos, no sólo no encajan con el
espíritu del Evangelio sino que lo contradicen en no pocas cuestiones. La idea que Jesús
tenía sobre este asunto era que entre sus seguidores el ejercicio de la autoridad debía ser
el servicio a la comunidad, no el enseñoramiento sobre ella como ocurre en los reinos de
este mundo. Por la historia conocemos lo mucho que la jerarquía eclesial desatendió esa
directiva. El clericado se constituyó como un estamento diferenciado en la Iglesia, y su
alta jerarquía llegó a disfrutar de gran poder y riqueza en la sociedad cristiana.
Veamos cómo se originó esa flagrante contradicción con el espíritu del Evangelio.
Cuando se analiza esta cuestión se suele atribuir mucha importancia al cambio de
situación que el cristianismo experimenen el imperio romano en la época del César
Constantino. En realidad la evolución de ese fenómeno del clericalismo fue más dilatada
en el tiempo. Muchos cambios fueron teniendo lugar a lo largo de varios siglos después
de Constatino, y otros ya se venían gestando antes de ese emperador. En realidad, el
origen del clericalismo tuvo lugar, como vamos a ver, ya muy pronto entre los primeros
seguidores de Jesús. Por eso, se puede hablar de “20 siglos de clericalismo”. La
evolución dentro de la Iglesia a lo largo de 20 siglos consistió en alejarse del espíritu de
las enseñanzas evangélicas sobre los temas de la diferenciación jerárquica y la
subordinación de las mujeres en la Iglesia. Suele haber tendencia a idealizar la primitiva
comunidad cristiana de Jerusalén y presentarla como el modelo inicial a seguir. Sin
embargo vemos que el espíritu de la enseñanza del Maestro ya había empezado a ser
traicionado entonces. En Hechos 6:1-5 se nos dice:
En aquellos días, como crecía el número de los discípulos, se suscitó una murmuración de
parte de los helenistas contra los hebreos, de que sus viudas eran desatendidas en la
distribución diaria. Así que, los doce convocaron a la multitud de los discípulos y dijeron: -
No conviene que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas.
Escoged, pues, hermanos, de entre vosotros a siete hombres que sean de buen testimonio,
llenos del Espíritu y de sabiduría, a quienes pondremos sobre esta tarea. Y nosotros
continuaremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Esta propuesta agradó a toda
la multitud; y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a
Prócoro, a Nicanor, a Tin, a Parmenas y a Nicolás, un prosélito de Antioquía.
Presentaron a éstos delante de los apóstoles; y después de orar, les impusieron las manos.
H
echos que al parecer tienen poca i
m
portancia pueden dar lugar a grandes consecuencias
.
E
n principio parece lógico que el creci
m
iento de la co
m
unidad de los seguidores de
J
esús
diese lugar a una cierta organización de funciones, y que se asignase a personas
concretas el dese
m
peño de algunas tareas
. P
ero lo cierto es que esa for
m
a de investir a los
siete nuevos discípulos fue el origen de grandes deformaciones que tuvieron lugar, a lo
largo de 20 siglos, en la organización de la Iglesia. La imposición de las manos por parte
de los apóstoles fue el inicio de lo que a partir de mediados del siglo II fue considerado
como ordenación sacerdotal y episcopal, que se fue imponiendo a lo largo del siglo III
para ser institucionalizado en el siglo IV, y que establece entre los seguidores de Jesús
una diferenciación jerárquica en la que él jamás había pensado, con subordinación de
unos a otros. Sería después sólo cuestión de tiempo la creación de los cardenales o
Príncipes de la Iglesia, el poder absoluto de los papas de Roma... Por otra parte, el hecho
de que los apóstoles se reservasen el “ministerio de la palabra” denota que esos primeros
discípulos de Jesús seguían en sus trece de monopolizar la evangelización, desobede-
ciendo expresamente la enseñanza del Maestro en Lucas 9:49-50 que dice:
Entonces respondiendo Juan dijo: -Maestro, vimos a cierto hombre echando fuera
demonios en tu nombre, y se lo prohibimos, porque no es de los nuestros. Jesús le
dijo: -No se lo prohibáis. Porque el que no es contra vosotros, con vosotros está.
D
espués
,
en el bi
m
ilenario proceso de defor
m
ación vendría el institución de la Cátedra de
P
edro
,
el
M
agisterio de la
I
glesia
,
la infalibilidad papal
Y
una enor
m
idad
:
en la autoatribu-
cn del control de la palabra y la enseñanza
,
la
I
glesia prohibiría al pueblo creyente durante
siglos, la lectura de las Escrituras y su traducción a lenguas que la gente comprendía.
P
ero ade
m
ás
,
en el citado pasaje de
H
echos
6:1-5
ve
m
os que entre los siete varones elegidos
sólo hay eso
:
varones
,
ninguna
m
ujer
. L
a situación de la
m
ujer en la
I
glesia ya había e
m
pezado
a ser de subordinacn
,
de segunda categoría
. H
ay algo que debe sorprendernos
:
en los evan-
gelios
M
aría
M
agdalena es no
m
brada
m
ás veces que algunos de los apóstoles
,
co
m
o
T
o
m
ás
o
A
ndrés
;
es a ella y otras
m
ujeres a quienes pri
m
ero se aparece
J
esús resucitado
,
y sin e
m
bargo
en el libro de los
H
echos no se la no
m
bra ni una sola vez
. M
aría
M
agdalena y otras
m
ujeres
aco
m
pañaban a
J
esús
,
en su predicación itinerante
,
en iguales condiciones que los varones
del grupo
. S
in e
m
bargo el grupo de dispulos se autoreduce a doce
,
entre los cuales no hay
ninguna de las
m
ujeres del grupo anterior y la única presencia femenina que acompaña al
grupo de
apóstoles
,
en la jornada de
P
entecostés
,
es la
m
adre de
J
esús
,
pero no en
condiciones de igualdad apostólica con ellos sino en una situación indefinible que viene a
ser el
m
odelo de la subordinación que se destinó en lo sucesivo a las
m
ujeres en la
I
glesia
y que persiste hasta el día de hoy
. E
l lector ctico se pregunta q ocurrió en el
grupo de seguidores de
J
esús durante el tie
m
po transcurrido entre la desaparición del
M
aestro y
P
entecostés.
A
debió ocurrir algún tipo de ajuste de cuentas por el que se
ventiló el asunto del poder entre los seguidores del
M
aestro
J
esús
,
y de lo que no nos
informan ni los textos evangélicos ni el libro de los Hechos de los Apóstoles. Y sin
embargo ese período fue decisivo para la posterior deriva de lo que acabó llamándose “la
Iglesia” y la deformación del espíritu del mensaje de Jesús que ésta significó durante
casi 2000 años.
N
o es posible por
m
enorizar aquí la evolucn del asunto del e
m
podera
m
iento de la clerecía y
su
jerarqa a lo largo de tan dilatado peodo de tie
m
po
. A
de
m
ás había diferencias de práctica
entre las diversas iglesias
,
y n entre los países y territorios del á
m
bito de la
I
glesia
C
alica
.
A
m
odo
de resu
m
en dire
m
os que el esta
m
ento clerical se autoasignó el poder de decidir
,
por
m
edio de
concilios y procla
m
ación de dog
m
as
,
lo que la gente debía creer, y de perseguir a
quien no asu
m
ía sus creencias
. O
tro i
m
portante poder que el clero
m
onopolizó fue el de esta-
blecer sacra
m
entos
,
así co
m
o la for
m
a de ad
m
inistrarlos
;
el de la penitencia
,
especial
m
ente
,
dio lugar a graves abusos
. Y,
en general
,
todo lo relacionado con el culto fue asignado al clero
a título de celebrante
. L
a
C
elebración
m
ás i
m
portante, la Eucaristía, que sí fue establecida
por Jesús, resultó y resulta muy devaluada por la forma en la que se realiza.
P
or la for
m
a en la que se realiza la
E
ucaristía
,
esa celebración no puede cu
m
plir su función
de concienciar a la asamblea de creyentes sobre su misión de continuar en el mundo la
realización del proyecto de Jesús. La celebración o misa queda reducida a simple rito, no
participativo, en el que los laicos asistentes no tienen otro rol que el de estar presentes
simplemente, y aún eso no es necesario: según las normas eclesiásticas, a mayor gloria
del clericato, una asamblea de creyentes laicos no puede celebrar una eucaristía si falta
un clérigo ordenado, en cambio, un sacerdote solo, sin ningún otro asistente al acto,
puede celebrar la misa. No se podía dar mayor desprecio de la condición de los laicos ni
mayor enaltecimiento de la función clerical. No se encuentra en el Evangelio nada que
avale tal monstruosidad. La dirección del culto eclesial por parte de sacerdotes
consagrados es un factor que contribuye a anular y sofocar la formación del sentido
comunitario y los impulsos proféticos que se puedan dar en los colectivos de creyentes.
Por supuesto, existen clérigos honestos que intentan realizar dignamente su tarea o
función de servicio a la comunidad en el espíritu que Jesús contemplaba para esa misión.
Pero el estamento clerical, tal como existe en la Iglesia genera, por mismo, un tipo
humano que hace de la función clerical una profesión laboral, un medio de ganarse la
vida, y que ambiciona promociones en la escala jerárquica del poder clerical. Atestiguan
eso las intrigas que se producen en relación con el nombramiento de obispos y la
dedicación episcopal al servicio de los intereses de los reinos de este mundo.
S
e supone que la convocatoria del actual
S
ínodo
,
en el que se da la palabra al laicado
,
responde
al deseo de corregir desequilibrios co
m
o éste en la
I
glesia
. ¿S
erá capaz la institucn de superar
una práctica con tantos siglos de arraigo
? N
utre el pesi
m
ismo a este respecto el hecho de la
jerarquía eclesial
,
el episcopado en general
,
secundado por la
m
ayoría del clero parroquial
,
es respondiendo con hostilidad a esta iniciativa del papa
F
rancisco
,
saboteando de hecho
la realización del proceso
,
no fo
m
entando la participación de un laicado pasivo que ni siquiera
sabe de q va esto del
S
ínodo
. S
e trata de las
m
is
m
as fuerzas que torpedearon la aplicación
de las disposiciones de
C
oncilio
V
aticano
II. C
o
m
o toda clase o esta
m
ento privilegiado
,
ta
m
bién el clericado defiende sus privilegios
. A
l igual que en la lucha de clases en general
,
un factor
m
uy i
m
portante para la persistencia del do
m
inio de unos sobre otros es que los
sometidos admitan la situación pasivamente, sin reaccionar al abuso. Y para que se
m
antenga la pasividad es necesaria la ignorancia de los so
m
etidos
. E
n la lucha de clases en
general la ignorancia se mantiene con el control del aparato ideológico por parte de los
do
m
inadores
,
y en el á
m
bito eclesial el requisito para el do
m
inio clerical es la ignorancia del
laicado
. Y
a
m
enciona
m
os que durante siglos estuvo prohibido
,
por parte de la
I
glesia
,
traducir
las
E
scrituras a los idio
m
as que la gente hablaba
. A
ctual
m
ente no existe en nuestra Iglesia
prohibición de leer la Biblia, pero el clero no fomenta su lectura de la misma manera que
no fomenta la participación del laicado en el proceso sinodal.
L
a feligresía desinfor
m
ada
,
y sin sentido crítico
,
es indefensa ante lo que la jerarquía eclesial
quiera i
m
ponerle
. A
,
a su desconoci
m
iento sobre lo esencial del
E
vangelio
,
el
m
ensaje liberador
de
J
esús de
N
azaret
,
seade un cú
m
ulo de prácticas y creencias alienantes que nada tienen
que ver con el
E
vangelio
:
dog
m
as innecesarios que en nada contribuyen a fomentar la vocación
de trabajar por la realización del
R
eino de
D
ios que
J
esús quiere instaurar
,
devociones que
esn a
m
edio ca
m
ino entre la supersticn y la idolata co
m
o el culto
m
ariano y a los santos
,
creencia en apariciones
m
arianas y del
sacratísi
m
o corazón de
J
esús
que trans
m
iten
m
en-
sajes que nada tienen que ver con la enseñanza y el proyecto de Jesús el
M
esías
...
E
l personal
laico que traga ese
m
aterial que se fue generando en la
I
glesia a lo largo de siglos de igno
-
rancia es el
m
is
m
o que ad
m
ite sin cuestionar la pretensión clerical de que lo unos varones
consagrados pueden oficiar en sacra
m
entos co
m
o el bautis
m
o, la eucaristía, la penitencia,
la bendición matrimonial… En este rebaño que está siendo conducido por sendas
extraviadas hay incluso personas que mantienen devociones personales a estampas e
imágenes religiosas y acuden a sacerdotes para que se las bendigan
. P
arece que tanto
esas personas co
m
o los sacerdotes que acceden a sus deseos creen en la eficacia y la
conveniencia de tales bendiciones. Decididamente, abunda en nuestro ámbito religioso el
fenómeno que Jesús definía como: “ciegos que conducen a otros ciegos”.
Lo más negativo de todo eso es que muchas personas, cuando adquieren cierto grado de
madurez y perciben la mentecatez de tales devociones, pensando que la religión se
reduce a eso, que es lo único que conocen de ella, abandonan la Iglesia sin haber llegado
a conocer lo que verdaderamente interesa: el mensaje de Jesús de Nazaret y su proyecto
liberador. Esto es lo que se puede expresar por el dicho: “arrojar la criatura junto con el
agua sucia”. En el terreno religioso, el agua sucia son todas esas adherencias que se le
añadieron a lo largo de los siglos de práctica ignorante. Nos debemos liberar de esa
porquería pero conservando lo que importa. La criatura que debemos lavar y salvar es el
mensaje evangélico, el proyecto de Jes de Nazaret. Jesús es la Palabra de Dios, la Luz
enviada al mundo, pero el mundo sigue sin reconocerla. Si las cosas del mundo están tan
mal como siempre es porque estamos fallando en transmitir al mundo el mensaje de
Jesús. Si la actual organización de la la(s) iglesia(s), con su organización clerical, es un
factor de secuestro de Jesús y su enseñanza debemos considerar seriamente la realidad
negativa del clericalismo. A veces se oye a algunas personas decir: “creo en Dios, y en
Jesucristo, pero no en los curas y en la iglesia”. Debemos analizar lo que subyace en ese
tipo de declaraciones. Si el actual Sínodo no entra decididamente en la problemática del
clericalismo será, como el Concilio Vaticano II, un intento vano de poner “un remiendo
nuevo a un vestido viejo”.
Faustino Castaño